Hace algo más de un año que un apuesto día antes de semana santa Gerardo y yo nos encaminanos en una aventura de apenas cuatro días rumbo a una ciudad tan lejana y desconocida, a un país tan cercano pero tan repugnado a veces por los españoles... Oh la la!!! sí! nos aventuramos en la gran idea de conocer algo de nuestros vecinos quienes hace algunos años tiraban nuestras queridas frutas...
París se abrió ante nosotros bajo una tarde grisácea... llamamos a Helena y nos indicó como llegar hasta su barrio... cuyo nombre ahora se me acaba de olvidar... y bueno, entre tanto y tanto tuvimos que hacer varios trasbordos de metro hasta llegar...
Gerardo y yo hacemos nuestros pequeños amagos con el francés... le echamos morro... a mí me suena muy a tucutucu tú! así, con acento en el último tú y con los labios muy entrecerrados para que salga bien... pero se nos nota a la primera de cambio que no entendemos ni pajolera de francés, por supuesto, sin tener en cuenta nuestras pintas entre tanta gente de traje gris, corbata y aspecto estrepitosamente cinzento...
Ay París... Aquellos paseos interminables por los campos elíseos, los vergonzosos y fallidos intentos de venta de billeteras a orillas del Sena... y la torre eiffel iluminada, y las tremendas vueltas que le pegábamos al Museo Pompidou (o como se escriba) que no sabemos como nos las arreglábamos pero siempre íbamos a acabar ahí...
Sin contar con nuestras estafas portuarias de compras de queso francés que apestaba a pezuña y vino de burdeos oh la la !!!
Me río solo de recordarlo, y ya sé que este texto es difícil de comprender... pero me apetecía recordar aquel instante en el que mi camiseta de Paco Martinez Soria brillaba por ella misma en la gran capital francesa donde Gerardo y yo nos sentimos más provincianos que de costumbre...